Bienvenid@. En Te HABLO de LIBROS encontrarás sinopsis, reseñas y comentarios de libros que he leído y que, por alguna u otra razón me han interesado, o no. Es una tarjeta personal de mis preferencias, un autorretrato realizado a través del collage de libros que me han conformado y también el pago de un tributo a los textos que me hacen más llevadero el camino. Tus comentarios y sugerencias serán bienvenid@s.

jueves, 30 de agosto de 2012

Libro: EL VINO DE LA SOLEDAD. Irène Némirovsky

Sinopsis:
Novela cercana a la autobiografía donde la autora se inspira en vivencias propias para poner en evidencia una época, una mentalidad y una circunstancias dramáticas en los albores de la Primera Guerra Mundial.

La protagonista es Elena y la historia nos cuenta desde su infancia hasta la mayoría de edad. Vive en el seno de una familia judía rica, el padre Boris Karol, obsesionado con los negocios y la madre Bella, obsesionada con ella misma; así que la niña queda desamparada, en un segundo plano y sólo atendida realmente por su institutriz francesa Mademoiselle Rose, a la que adora y se aferra cómo la única posibilidad de salvar su anodina existencia.

Desde Ucrania hasta San Petersburgo, Finlandia y finalmente París, la familia de Elena tiene que huir tras la Revolución de Octubre embarcándose en un itinerario que huye de la guerra aunque no consigue esquivarla. Sobre todo, porque en el seno de la propia familia se está desarrollando una, cuya víctima más evidente es la propia Elena. Al padre, que admira pero que casi siempre está ausente, a la madre cuya presencia le resulta insoportable, se suma otro personaje, un primo lejano que es introducido en la casa y que termina desquiciando a una niña que comienza a ser adolescente y que acumula mucha rabia contra su madre.

En "El vino de la soledad", Irène Némirovsky nos vuelve a introducir en el ambiente decadente que cruza toda su obra, señalada por su propia experiencia vital y su antagonismo maternal que fluye una y otra vez en su literatura. El narrador se pone en los pies y en la piel de Elena y mira la realidad con sus ojos; el lector, por tanto, pronto será su cómplice y juzgará a los distintos personajes desde la sentencia de la protagonista. 

Mi comentario:
Lo primero, y más importante, es recomendaros que no leáis la contraportada, al menos de la editorial Salamandra que es la que tengo. Es un spoiler total y absoluto que me fastidió la lectura de esta novela y por la que me estuve acordando de tos sus...

Cada vez que me acerco a esta autora salgo reconfortado, por su literatura, su manera de situar los acontecimientos, su visión sutil y profunda de analizar la realidad y su maestría para diseccionar sentimientos y motivaciones.  

Y cada vez que leo alguna de sus obras no puedo por menos que lamentar su temprana muerte en manos de la sinrazón y la barbarie que se llevó a tantas personas de la calidad y el futuro de Irène Némirovsky.

Creo que tendría que haber leído antes "El baile" que es anterior a éste que he reseñado y, de alguna manera, sirve de referencia. Pero bueno me llegó antes "El vino de la soledad" y no he podido tenerlo mucho tiempo en la estantería de espera antes de ir a buscarlo.

No puedo tampoco decir mucho más, pues el meollo está en la sinopsis y el resto es disfrutar de su lectura. Como todo lo que he leído de ella, y creo que no podía ser de otra manera, es triste, muy triste por momentos, pero siempre hay un mensaje de valor, de superación y de afirmación en medio de tanta desventura que hace de sus novelas toda una lección de vida.



miércoles, 22 de agosto de 2012

Libro: LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO. Mario Vargas Llosa

Sinopsis:
El último libro que Mario Vargas Llosa ha publicado, hasta ahora, no es una novela sino un ensayo. En "La civilización del espectáculo" se cuestiona en primer lugar el concepto mismo de Cultura que, según su análisis, se ha devaluado de tal manera que no tiene nada claro que tal cosa exista ya.

La frivolidad y la búsqueda del entretenimiento por encima de cualquier otro valor está acabando con las artes y la literatura, propiciando el periodismo amarillista y descalificando a la política. Está consiguiendo hacer desaparecer el erotismo y los valores espirituales, para sustituirlos por la nada más supina que, sin embargo, se presenta como lo cultural de nuestra época.

Para Vargas Llosa la Cultura ha jugado siempre un papel de conciencia crítica frente a la realidad. Una Cultura que tenía como referente a personas y principios que pesaban en el sentir de la mayoría, aunque fuera promovido y referenciado por una minoría cualificada. En la actualidad, sin embargo, la figura del intelectual y de los grandes pensadores brillan por su ausencia porque la sociedad les ha dado la espalda en la búsqueda del puro divertimento y la banalización ha llegado a todos los ámbitos de la vida social.

El ensayo está salpicado de artículos -algunos que ya tienen unos añitos- del autor en el diario El País, en su sección "Piedra de toque" -por lo que la mitad de libro la podéis leer recuperando esa sección-, y reflexiones más recientes en torno a temas de actualidad.

No me puedo resistir a transcribir uno de esos artículos que, además, está relacionado con nuestro mundo de los libros e internet:

Más información, menos conocimiento

PIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros



Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y tarde por la Red; además, se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.
Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: "Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo".
Los alumnos han perdido el hábito de leer para contentarse con un mariposeo cognitivo
Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español, Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.
Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.
Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall MacLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. MacLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr, y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo, indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo del Internet.
Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.
No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la "inteligencia artificial" que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado "la mejor y más grande biblioteca del mundo"? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?
No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O'Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: "Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos". Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para "informarse". Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: "Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros".
Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer Guerra y Paz o El Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?
La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce "la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos". En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.
Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis controvertidas. Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención que -para qué engañarnos- no será escuchado. Lo que significa, si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la "inteligencia artificial" es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.
 Mi comentario:
Como lector de  Mario Vargas Llosa, he disfrutado cada una de las novelas que han caído en mis manos. No me pierdo ninguna de sus novedades literarias y aún me tengo que poner al día con algunas novelas importantes del autor que todavía no he tenido la oportunidad de leer.

En cuanto a sus ideas políticas, ando bastante más alejado. Su proclamado liberalismo radical hace que, en determinados aspectos, no pueda comulgar con sus planteamientos. Y es que en materia económica el liberalismo que defiende Vargas Llosa no hace otra cosa que hundirnos en la miseria por obra y gracia de la usura y la avaricia de algunos que para el autor peruano responde a un fallo en el control del sistema y que para mí está implícito en el sistema mismo.
Pero más allá de esto, siempre me ha gustado leer sus artículos de opinión porque, a diferencia de otros, tanto en la derecha como en la izquierda, él es capaz de razonar, de argumentar y de ver los pro y los contra en cada análisis que realiza sobre los diferentes aspectos de la realidad social. Nada es blanco o negro y todo tiene matices que deben de ser reconocidos y valorados.
En este ensayo es fiel a esa forma de análisis y nos hace una llamada de atención, para mí bastante oportuna, en torno al tipo de sociedad que estamos construyendo desde el punto de vista cultural y de valores. Comparto su análisis a grosso modo y su pesimismo sobre qué resultado dará esta civilización del espectáculo que sólo es capaz de prestar atención a aquellas cosas que entretienen aunque sea a costa de frivolizar y de adelgazar contenidos para no resultar cansinos y mantener la atención del usuario.
Hoy todo se considera cultura, como pone de manifiesto Vargas Llosa, incluido aquello que sea contrario incluso al buen gusto, con tal de que entretenga, divierta y sea seguido por muchos. De esta manera se está vaciando de contenido disciplinas tan necesarias como la Filosofía o el Arte o la propia Historia. La Religión tampoco queda libre -es claro que culpa tiene- y no se la reconoce ningún valor positivo al desarrollo del ser humano, independientemente de que se tenga o no fe; Vargas Llosa se proclama no creyente, pero eso no le impide reconocer la aportación que, a pesar de todo, ha tenido el cristianismo en la creación de una conciencia ética en favor de la justicia, la libertad y el respeto al ser humano.

En resumen, me ha gustado acercarme a este ensayo y aunque no comparta todo el análisis que el autor hace, sí me ha servido como llamada de atención. Ojalá siempre fuéramos capaces de debatir desde el razonamiento. Pero tras la lectura y buceando por internet, me he encontrado juicios viscerales sobre el autor peruano, Premio Nobel de Literatura, y descalificaciones injuriosas desde el progresismo más rancio y simplista que no me representa en absoluto.

lunes, 13 de agosto de 2012

Libro: EL JARDÍN OLVIDADO. Kate Morton.

Sinopsis:
En las vísperas de la Primera Guerra Mundial una niña es ocultada entre los barriles de madera de un barco que parte de Londres con destino a Australia. Una misteriosa mujer ha prometido cuidar de ella, pero desaparece sin dejar rastro y al llegar al puerto nadie la espera en Marybourough.

Comienza así una historia que va y viene en el tiempo, que atrapa al lector en un halo de misterio que sólo podrá ir desenmarañando con el devenir de los distintos personajes que en ella aparecen.

"El jardín olvidado" de Kate Morton está contada a tres voces -aunque en realidad son cuatro pero de esto nadie se ha dado cuenta, ahí lo dejo-, y en un espacio de tiempo que abarca casi cien años, que son los que transcurren desde el comienzo de la historia, esa niña perdida de cuatro años que mencioné al empezar y de cuyo orígenes no se tiene noticias, hasta el final de la misma en la que su nieta nos descubre el cuadro completo, lleno de matices y claroscuros que se van iluminando de a poco.

Pinceladas costumbristas junto a misterios familiares ocultados y lugares mágicos de ensueño son los escenarios que la autora utiliza para desarrollar una novela donde cada protagonista tiene su propia historia y cada una de ellas complementa y da sentido a las otras.

Mi comentario:
Primera novela que leo de esta autora y ha sido un placer conocerla. Me ha interesado el argumento, su narrativa -no tanto la traducción y los errores tipográficos-, y ha conseguido sorprenderme en determinados giros que el desenlace tiene.

Cada personaje que compone la narración tiene su peculiar forma de enfrentar la vida, según ésta la haya puesto en una u otra circunstancia, y todos tienen sus porqués. Quizá la más difícil de entender sea Nell, la niña abandonada, que cuando descubre, a los veintiún años, que es adoptada tira por la calle de enmedio y se va en busca de sus orígenes dejando plantados a sus padres adoptivos que no han hecho otra cosa que cuidarla y ocuparse de ella. Aunque quizá, quien haya leído la novela, piense que no están libres del todo y algo se les puede cuestionar, ahí lo dejo.

Los saltos en el tiempo ayudan a situar al lector, le va dando respiro a la vez que cada puntada atrapa y anima a seguir leyendo. Los diferentes ambientes también transportan a lugares y espacios antagónicos y sitúan la historia en cada contexto hasta que todo encaja de manera natural y razonable, cosa que es muy de agradecer en el mundo literario. Seguro que cada uno es capaz de imaginarse los lugares a los que hace referencia la autora, sobre todo las playas, acantilados y jardines que en él se describen y que también son protagonistas.

Por poner un pero, qué manía que tengo, el último capítulo me ha sobrado, me parece querer cerrar la novela como si de un cuenta de hadas se tratase que ni viene a cuento y le quita nivel. Ojo, que el último capítulo tiene página y media, no afecta para nada a la historia en sí, ni quita ni contradice nada de lo dicho, es un epílogo, un capricho de la autora que, a mí personalmente, me parece ñoño.

Así que, y en definitiva, lectura muy recomendable -uff cuántas ganas tenía de escribir esto-, de las que atrapa y con la que disfrutas; sus más de quinientas páginas se leen fácil y te hacen olvidar el tiempo.