Sinopsis:
El último libro que Mario Vargas Llosa ha publicado, hasta ahora, no es una novela sino un ensayo. En "La civilización del espectáculo" se cuestiona en primer lugar el concepto mismo de Cultura que, según su análisis, se ha devaluado de tal manera que no tiene nada claro que tal cosa exista ya.
La frivolidad y la búsqueda del entretenimiento por encima de cualquier otro valor está acabando con las artes y la literatura, propiciando el periodismo amarillista y descalificando a la política. Está consiguiendo hacer desaparecer el erotismo y los valores espirituales, para sustituirlos por la nada más supina que, sin embargo, se presenta como lo cultural de nuestra época.
Para Vargas Llosa la Cultura ha jugado siempre un papel de conciencia crítica frente a la realidad. Una Cultura que tenía como referente a personas y principios que pesaban en el sentir de la mayoría, aunque fuera promovido y referenciado por una minoría cualificada. En la actualidad, sin embargo, la figura del intelectual y de los grandes pensadores brillan por su ausencia porque la sociedad les ha dado la espalda en la búsqueda del puro divertimento y la banalización ha llegado a todos los ámbitos de la vida social.
El ensayo está salpicado de artículos -algunos que ya tienen unos añitos- del autor en el diario El País, en su sección "Piedra de toque" -por lo que la mitad de libro la podéis leer recuperando esa sección-, y reflexiones más recientes en torno a temas de actualidad.
No me puedo resistir a transcribir uno de esos artículos que, además, está relacionado con nuestro mundo de los libros e internet:
Más información, menos conocimiento
PIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros
Nicholas Carr estudió
Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica
que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió
a toda su generación, descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la
gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de
su vida a valerse de todos los servicios online y
a navegar mañana y tarde por la Red; además, se hizo un profesional y un
experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito
extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.
Un
buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector,
y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos
páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba
mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito
rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: "Pierdo
el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si
estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La
lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un
esfuerzo".
Preocupado,
tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus
ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las
montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba
tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro
que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our
Brains y, en español, Superficiales:
¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de
un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.
Carr
no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo
que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro
reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter,
Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que
ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden
compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a
la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.
Pero
todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una
transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del
cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes
Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces
confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y
aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora
olvidado Marshall MacLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de
medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un
contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo
plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. MacLuhan se refería
sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr, y los
abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo, indican que
semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo
del Internet.
Los
defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta
y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes
experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se
efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología
son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que,
ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta
recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de
consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas
concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse
porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un
ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.
No
es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a
ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el
que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo
sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que
este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética
decir que la "inteligencia artificial" que está a su servicio,
soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de
manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus
esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está
almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado "la mejor y
más grande biblioteca del mundo"? ¿Y para qué aguzar la atención si
pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí,
resucitados por esas diligentes máquinas?
No
es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe
O'Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: "Sentarse y leer un
libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que
puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se
vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos".
Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de
marras crea que uno lee libros sólo para "informarse". Es uno de los
estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí,
la patética confesión de la doctora Katherine Hayles , profesora de Literatura
de la Universidad de Duke: "Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean
libros enteros".
Esos
alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer Guerra
y Paz o El
Quijote. Acostumbrados
a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer
prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la
facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese
mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y
saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma
vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado
abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la
gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet
vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la
utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que
propicia la Web. Sin
duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero
difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de
leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo
que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores
prehistóricos?
La
revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario,
en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible
retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está
reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos
inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los
efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen,
dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la
solución de todos los problemas cognitivos reduce "la capacidad de
nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos".
En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos
seremos.
Tal
vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con
los argumentos que defienden tesis controvertidas. Yo carezco de los
conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son
confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro.
Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención
que -para qué engañarnos- no será escuchado. Lo que significa, si él tiene
razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la
"inteligencia artificial" es imparable. A menos, claro, que un
cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos
regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta
segunda vez lo hacemos mejor.
© Derechos mundiales de prensa en todas las
lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.
Como lector de Mario Vargas Llosa, he disfrutado cada una de las novelas que han caído en mis manos. No me pierdo ninguna de sus novedades literarias y aún me tengo que poner al día con algunas novelas importantes del autor que todavía no he tenido la oportunidad de leer.
En cuanto a sus ideas políticas, ando bastante más alejado. Su proclamado liberalismo radical hace que, en determinados aspectos, no pueda comulgar con sus planteamientos. Y es que en materia económica el liberalismo que defiende Vargas Llosa no hace otra cosa que hundirnos en la miseria por obra y gracia de la usura y la avaricia de algunos que para el autor peruano responde a un fallo en el control del sistema y que para mí está implícito en el sistema mismo.
Pero más allá de esto, siempre me ha gustado leer sus artículos de opinión porque, a diferencia de otros, tanto en la derecha como en la izquierda, él es capaz de razonar, de argumentar y de ver los pro y los contra en cada análisis que realiza sobre los diferentes aspectos de la realidad social. Nada es blanco o negro y todo tiene matices que deben de ser reconocidos y valorados.
En este ensayo es fiel a esa forma de análisis y nos hace una llamada de atención, para mí bastante oportuna, en torno al tipo de sociedad que estamos construyendo desde el punto de vista cultural y de valores. Comparto su análisis a grosso modo y su pesimismo sobre qué resultado dará esta civilización del espectáculo que sólo es capaz de prestar atención a aquellas cosas que entretienen aunque sea a costa de frivolizar y de adelgazar contenidos para no resultar cansinos y mantener la atención del usuario.
Hoy todo se considera cultura, como pone de manifiesto Vargas Llosa, incluido aquello que sea contrario incluso al buen gusto, con tal de que entretenga, divierta y sea seguido por muchos. De esta manera se está vaciando de contenido disciplinas tan necesarias como la Filosofía o el Arte o la propia Historia. La Religión tampoco queda libre -es claro que culpa tiene- y no se la reconoce ningún valor positivo al desarrollo del ser humano, independientemente de que se tenga o no fe; Vargas Llosa se proclama no creyente, pero eso no le impide reconocer la aportación que, a pesar de todo, ha tenido el cristianismo en la creación de una conciencia ética en favor de la justicia, la libertad y el respeto al ser humano.
En resumen, me ha gustado acercarme a este ensayo y aunque no comparta todo el análisis que el autor hace, sí me ha servido como llamada de atención. Ojalá siempre fuéramos capaces de debatir desde el razonamiento. Pero tras la lectura y buceando por internet, me he encontrado juicios viscerales sobre el autor peruano, Premio Nobel de Literatura, y descalificaciones injuriosas desde el progresismo más rancio y simplista que no me representa en absoluto.
Tengo dos libros de vargas Llosa y todavía no los he leído. Este ensayo tiene que estar interesante, pero no creo que me anime por el momento. Primero intentaré leer algunas novelas suyas.
ResponderEliminarUn abrazo
Marga anímate a leer alguno, creo que te gustará...
EliminarBesos!!
El Vargas Llosa novelista me gusta bastante, pero con el ensayista aún no me he atrevido. Es un género que tengo que reconocer, me cuesta. Pero tendré en cuenta este título si algún día me animo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Margari, desde luego es mucho más denso que una novela, lo que hago es compaginar ambos géneros para que se me haga más llevadero.
EliminarBesos!!
De Vargas Llosa solo he leído La ciudad y los perros y me gustó mucho. Sin embargo, no he leído ningún ensayo suyo porque no me gusta nada este género y creo que no leo ninguno desde la universidad. Muchos besos.
ResponderEliminarGoizeder ¡tienes que ponerte al día con más novelas del maestro! Creo que las disfrutarás. Lo importante de los ensayos es que traten algún tema que te interesa y en el quieras profundizar. Éste hace una radiografía de nuestro tiempo que me parece muy interesante. Pero necesita tiempo...
EliminarBesos!!
Pues estoy contigo en toda la valoración que has hecho de este escritor, y en la crítica que has hecho a las descalificaciones, dices desde el progresismo radical y simplista. Supongo que te gusta y respetas porque independientemente de sus ideas, algunas más afines a ti que otras, reconoces en él a una persona que reflexiona, algo que nos aporta, y que precisamente, esa otra postura visceral, es ahora más común, una de las consecuencias de esta cultura del espectáculo..
ResponderEliminarMe ha venido muy bien el artículo, es verdad que internet es una herramienta útil y práctica, pero también reconozco el por qué se puede decoir que sea como una rolongación de nuestro cerebro que se hace cómodo, jeje. A mí me pasa. Aunque por suerte, también necesito apagar ordenadores, coger un libro, y dejarme llevar en el significado de l allí escrito. Supongo que esteo sirve para que a las nuevas generaciones, no dejemos de enseñarles también este otro camino menos ágil pero tan enriquecedor.
¡Hola Icíar! Amén a todo lo que dices. Yo también tengo que tener cuidado con esto de internet porque, sin darte cuenta, se te pasan las horas y vas picoteando de mil sitios sin profundizar en ninguno. Para colmo ahora he descubierto la aplicación Kindle que te permite leer libros en el ordenador y esto ya es rizar el rizo. Pero resistiré porque entre el trabajo y el ocio tengo la vida ordenada por el ordenador :)
ResponderEliminarBesos!!
En primer lugar decirte que me ha encantado descubrir (gracias a Icíar) tu blog, en especial esta entrada que me ha parecido genial!
ResponderEliminarVerás, coincido muchísimo contigo sobre lo que siento por Vargas Llosa en cada una de sus facetas, pero la selección de este artículo en especial (que leí en su día) para acompañar la entrada me parece estupenda. El año pasado organizamos una una mesa redonda sobre ese mismo tema, en la que participaron Vilas y Antonio Orejudo, entre otros, y resultó increible, es cierto que la mente de los alumnos universitarios está cambiando, tienen mucha más información pero mucha menor capacidad de concentración y profundidad, y naturalmente si ya con la llegada de la imprenta el ser humano perdió parte de su memoria, perdió un poco más con la llegada de los ordenadores, y con la llegada de los teléfonos inteligentes que proporcionan información inmedata puede perder la poca que le queda... jejeje, pero no es sólo esto, también está cambiando la forma de escribir, la mayor parte de los nuevos escritores (los jóvenes) escriben mediante capítulos muy cortos y no muy conectados al resto del relato, de tal forma que pueden ser relatos independientes o con varios conformar un libro.
Es cierto que ahora hay muchísima información, pero la infomración pura y dura no podrá sustituir, al menos para mí, el placer de dejarme emocionar por un buen relato literario.
Perdona por lo extenso del comentario y espero que sigamos des-ordenando nuestras vidas un poquillo más jejeje
Un abrazo !
¡Hola Susana! muchas gracias por tu visita y por tu comentario. Icíar es una buena referencia :) No debes excusarte por la extensión porque ha sido muy gratificante para mí. Es cierto que la superficialidad está ganando terreno y eso lo pagaremos caro, lo estamos pagando. Se dice que la información es poder, pero cuando no se profundiza es un caos que no aporta; sólo deja la sensación de saberlo todo cuando en realidad no deja de ser una quimera. Espero que sepamos encontrar el equilibrio porque la cosa está mu mala :) En cuanto a lo que dices de la forma de escribir de los jóvenes, es que como no le pongas capítulos cortos y con diálogos pierden la mitad de los lectores, una pena.
EliminarBueno, habrá que seguir luchando contra los elementos :)
Besos!!